GNOSEOLOGIA 1

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martes, 5 de junio de 2007

EL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO DE JOHN LOCKE

JOHN LOCKE

ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO (COMPENDIO[1])
Selección, traducción del inglés prólogo y notas de LUIS RODRIGUEZ ARANDA EDITORIAL AGUILAR * Octava edición * 1982

INTRODUCCION
(1) Puesto que es el entendimiento (understanding) lo que coloca al hombre sobre el resto de los seres sensibles y le proporciona dominio sobre ellos, constituye por su nobleza un tema merecedor de ser investigado. El entendimiento, como el ojo, aunque nos hace ver y percibir todas las cosas, no tiene noticias de sí mismo, y requiere arte y esfuerzo convertirlo en su propio objeto. Pero, sean cualesquiera las dificultades que se presenten en el camino de esta investigación, sea lo que quiera lo que nos mantiene en la oscuridad a nosotros mismos, estoy seguro de que toda la luz que podamos arrojar sobre nuestras mentes, toda la relación que podamos establecer con nuestros propios entendimientos, no solamente será agradable, sino que nos proporcionará gran ventaja al conducir nuestro entendimiento (understandings) a la búsqueda de otras cosas.

(2) Así, pues, siendo mi propósito inquirir el origen, la certeza y la extensión del conocimiento humano (human knowledge), así como los fundamentos y grados de la creencia, de la opinión y del asentimiento, no me entretendré por ahora con consideraciones físicas sobre la mente, ni me molestaré en examinar en qué consiste su esencia; ni tampoco en averiguar por medio de qué movimientos de nuestros espíritus o alteraciones de nuestros cuerpos adquirimos sensaciones por nuestros órganos, o ideas en nuestro entendimiento, y si estas ideas, todas o algunas de ellas, dependen o no de la materia. Estas son especulaciones que, no obstante ser curiosas e interesantes, declino, porque quedan fuera del camino que intento bosquejar. Pensaré que no he empleado mal mis pensamientos si con este método sencillo, “histórico”[2] (historical) puede dar una explicación de los modos por los que nuestro entendimiento obtiene las nociones que poseemos de las cosas y puedo establecer los límites de la certeza de nuestro conocimiento.

(3) Vale la pena investigar los límites que separan la opinión y el conocimiento, y examinar por qué medidas, en las cosas de que no tenemos conocimiento cierto, debemos regular nuestro asentimiento y moderar nuestra persuasión. Para este fin, seguiré el siguiente método:
Primero, inquiriré el origen de las ideas, nociones, o como se las quiera llamar, que el hombre observa y de las que es consciente en su mente; y, además, los caminos por los que las adquiere el entendimiento.
En segundo lugar inquiriré qué conocimiento de esas ideas tiene el entendimiento, así como su certeza, evidencia y extensión.
Por último, y en tercer lugar, investigaré la naturaleza y fundamentos de la creencia u opinión: es decir, qué asentimiento damos a una proposición verdadera o a una falsa, de la que no tenemos conocimiento cierto. Y luego tendré ocasión de examinar las razones y grados del asentimiento.

(4) Si en esta investigación de la naturaleza del entendimiento llego a descubrir también hasta dónde alcanzan sus facultades (powers), a qué cosas están proporcionadas, y dónde nos fallan, supongo que será útil persuadir a la mente humana de que tenga más precaución al tratar cosas que exceden de su comprensión (exceeding its comprehension), y a que permanezca en una tranquila ignorancia de aquellas cosas que, después de haber sido examinadas, advertimos que se hallan más allá del alcance de nuestras capacidades. No nos atreveríamos entonces, excepto afectando un conocimiento universal, a levantar cuestiones y disputas sobre cosas con las que nuestro entendimiento no se adecua y de las que no podemos formar en nuestras mentes percepciones claras o distintas, o de las qué carecemos por completo de nociones. Si podemos hallar hasta dónde el entendimiento extiende su concepción (how far the understanding can extend its view), hasta dónde llega su facultad de obtener la certeza, y en qué., casos podemos sólo adivinar y juzgar, aprenderemos a contentarnos con lo que podemos obtener en este estado.

(5) Aunque la comprensión (comprehension) de nuestro entendimiento es pequeña para abarcar la vasta extensión de las cosas, tenemos, sin embargo, suficientes motivos para agradecer al Autor de nuestro ser la proporción y grado de conocimiento que nos ha concedido en comparación con el resto de los habitantes de la tierra.

(6) Cuando conozcamos nuestras propias fuerzas, conoceremos mejor qué podemos emprender con esperanza de éxito. Cuando hayamos examinado bien las facultades de nuestra mente y hayamos estimado lo que podemos esperar de ellas, no nos inclinaremos a permanecer inactivos, ni a rechazarlo todo, con desesperanza de poder conocer algo; ni, por otra parte, a discutirlo todo, a renunciar a todo conocimiento, porque algunas cosas no se comprenden. Es de gran utilidad para el marino conocer toda la longitud de su sonda, aunque no pueda medir con ella todas las profundidades del océano. Le basta con saber que es lo bastante larga para alcanzar el fondo de los lugares en que es necesaria para su viaje y evitarle los peligros que le harían naufragar. Nuestro objeto aquí no es ocuparnos de todas las cosas, sino de las que conciernen a nuestra conducta. Si podemos encontrar las medidas por las que una criatura racional, situada en el estado en que el hombre se halla en este mundo, puede y debe gobernar sus opiniones y acciones, no necesitamos molestarnos con que otras cosas escapen a nuestro conocimiento.

(7) Esto fue lo que dio origen a este Ensayo sobre el entendimiento. Pues pensé que el primer paso para satisfacer varias indagaciones que la mente del hombre debe hacer, era hacer un examen de nuestro conocimiento, examinar nuestras propias facultades y observar a lo que estamos adaptados. Hasta hacer esto sospeché que estábamos en el mal camino y que en vano buscaríamos la satisfacción de una natural y segura posesión de las verdades que nos conciernen, mientras dejásemos que nuestro pensamiento se perdiese en el vasto océano del Ser. . . Y ahora pido perdón por el frecuente uso de la palabra “idea”… Con ella significo el objeto del entendimiento cuando el hombre piensa… Nuestra primera investigación se ocupará de cómo llegan a la mente las ideas.

LIBRO I: LAS NOCIONES INNATAS

CAPITULO I: NO EXISTEN PRINCIPIOS ESPECULATIVOS INNATOS

(1) Es opinión establecida entre los hombres que en el entendimiento existen ciertos principios innatos, ciertas nociones primarias (primary notions), κοιναί έννοιαι, caracteres, como si estuvieran estampados en la mente (mind), y que el alma (soul) los recibe en su origen, trayéndolos al mundo con ella. Para convencer al lector carente de prejuicios de la falsedad de esta suposición, bastaría con mostrar cómo los hombres, por el simple uso de sus facultades naturales, pueden obtener todo el conocimiento que poseen, sin ayuda de ninguna impresión innata. Pueden llegar a la certeza sin tales principios o nociones originarios. Imagino que cualquiera concederá fácilmente que sería impertinente suponer innatas las ideas de color en una criatura a quien Dios ha dado vista y capacidad para recibirlas de objetos externos por medio de los ojos. No menos irrazonable sería atribuir ciertas verdades a impresiones de la naturaleza y caracteres innatos, cuando podemos observar en nosotros mismos facultades adecuadas para obtener un conocimiento de ellas tan fácil y cierto como si estuviera impresas originariamente en la mente…

(2) Se suele decir que existen ciertos principios especulativos y prácticos sobre los que se halla de acuerdo toda la humanidad. Por tanto, se arguye, deben ser impresiones constantes que el alma del hombre recibe en su primer ser, y con las que viene al mundo tan necesaria y realmente como sucede con sus inherentes facultades.

(3) Este argumento, extraído del consentimiento común, posee esta mala fortuna: que si fuera cierto que existen determinadas verdades sobre las que la humanidad estuviera de acuerdo, eso no probaría que fueran innatas, pues quedaría la posibilidad de demostrar su adquisición de otro modo, lo cual creo que puede hacerse.

(4) Pero, lo que es más grave, este argumento del consentimiento universal, que se utiliza para probar que las ideas son innatas, me parece una demostración falsa: no existe nada acerca de lo cual toda la humanidad esté de acuerdo. Empezaré, como ejemplo, con los principios especulativos que parecen más innatos: “Lo que es, es”. Y “es imposible para la misma cosa ser y no ser”. Sin embargo me tomo la libertad de decir que estas proposiciones se hallan lejos de lograr un asentimiento universal, pues existe una gran parte de la humanidad que no las conoce.

(5) Es evidente que los niños y los idiotas no tienen el menor pensamiento de ellas. Con eso basta para destruir ese asentimiento universal, que debe ser el concomitante necesario de todas las verdades innatas. Me parece una contradicción decir que existen verdades impresas en el alma que ésta no percibe o comprende, si la palabra imprimir (imprinting) significa algo distinto de hacer que se perciban ciertas verdades. Pero imprimir algo en la mente, sin que ésta lo perciba, me parece difícilmente inteligible. Por tanto, si los niños y los idiotas poseen mentes con aquellas impresiones en ellas, inevitablemente tendrían que percibirlas, y necesariamente conocerían y asentirían a estas verdades. Puesto que no es así, es evidente que no existen tales impresiones. Y si no son nociones impresas naturalmente ¿cómo pueden ser innatas? Y si están impresas ¿cómo es posible que sean desconocidas? Decir que una noción está impresa en la mente, y al mismo tiempo afirmar, sin embargo, que la mente no la conoce, es reducir esta impresión a la nada. Ninguna proposición puede decirse que está en la mente, si nunca se conoce o se está consciente de ella. . . Si, por tanto, estas dos proposiciones, “lo que es, es” y “es imposible para una misma cosa ser y no ser” están naturalmente impresas, los niños no pueden ignorarlas: todos aquellos seres que poseen alma deben tenerlas necesariamente en sus entendimientos, conocer su verdad, y asentir a ellas.

(6) Para refutar lo anteriormente dicho, suele decirse que los hombres las conocen y asienten a ellas cuando llegan al uso de la razón, lo que bastaría para probar que son innatas. Respondo:

(7) ...Para que esto tenga algún sentido, tiene que significar una de estas dos cosas: o que tan pronto como los hombres llegan al uso de razón estas inscripciones que se suponen innatas las conocen y observan, o que el uso y el ejercicio de la razón les ayuda en el descubrimiento de estos ejercicios y les hace conocerlos.

(8) Si se quiere decir que con el uso de la razón los hombres descubren estos principios, y que esto basta para probar que son innatos, tal modo de argüir indicará lo siguiente: que, sean cualesquiera las verdades que la razón pueda descubrirnos y hacernos asentir firmemente, se hallan impresas en la mente, puesto que el asentimiento universal, que se hace criterio de ellas, no significa sino que por el uso de la razón somos capaces de obtener conocimiento y asentimiento a ellas; de este modo no habrá diferencia entre los postulados de los matemáticos y los teoremas que deducen de ellos: si se aplica este modo de pensar habrá que admitir que todos son innatos, pues son descubrimientos hechos mediante el uso de la razón.
(9) Pero, ¿cómo puede creerse que es necesario el uso de la razón para descubrir principios que se suponen innatos, cuando la razón no es otra cosa sino la facultad de deducir verdades desconocidas de principios o proposiciones que son ya conocidos? Nada puede considerarse innato, si tenemos necesidad de la razón para descubrirlo, a menos que pensemos que todas las verdades que la razón nos enseña son innatas.
(10) Se dirá quizá que a las demostraciones matemáticas, y a otras verdades que no son innatas, no se asiente tan pronto como se las propone, en lo que se distinguen de aquellos postulados y otras verdades innatas. Diré solamente en lo que difieren estos postulados y las demostraciones matemáticas: éstas tienen necesidad de pruebas para merecer nuestro asentimiento; a los otros se asiente tan pronto como son comprendidos, sin necesidad de razonamiento…

(11) Quienes se tomen la molestia de reflexionar sobre las operaciones del entendimiento hallarán que este rápido asentimiento de la mente a ciertas verdades depende no de una inscripción nativa, ni del uso de la razón, sino de una facultad de la mente completamente distinta, como veremos más adelante. La razón no actúa para nada en procurarnos asentimiento a estos principios: si por decir “que los hombres los conocen y asienten a ellos cuando llegan al uso de la razón” se quiere significar que el uso de la razón nos asiste en el conocimiento de estos principios, es absolutamente falso. Aun si fuera cierto, no probaría que fueran innatos.
(12) Si por conocerlos y asentir a ellos cuando llegamos al “uso de razón”, se quiere decir cuando la mente llega a conocerlos, y que tan pronto como los niños llegan al uso de razón los conocen y asienten, es igualmente falso y frívolo, Es falso, en primer lugar, porque es evidente que estos principios o máximas no están en la mente antes del uso de razón, y por tanto es falso asignarles como tiempo de su descubrimiento el momento en que se llega al uso de la razón. ¡Cuántos ejemplos de uso de razón podemos observar en los niños mucho antes de que tengan conocimiento de esta máxima: “es imposible para la misma cosa ser y no ser”! Concedo que los hombres no llegan al conocimiento de estas verdades generales y abstractas, que se suponen innatas, hasta que alcanzan el uso de razón. Pero son descubrimientos hechos y verdades incorporadas a la mente del mismo modo y por los mismos pasos que otras varias proposiciones a las que nadie es tan extravagante que las llame innatas.

(13) Decir que los hombres conocen y asienten a estas máximas “cuando llegan al uso de la razón” es afirmar que no se conocen ni se tiene noticias de ellas después, durante la vida del hombre: pero el cuándo es incierto…

(14) En segundo lugar, si fuera verdad que el tiempo preciso en que se las conoce y se asiente a ellas es cuando se llega al uso de la razón, tal cosa no probaría que fueran innatas. Tal modo de argüir es tan frívolo como falsa la suposición misma. Pues, ¿por qué razón ha de parecer que una noción está originariamente impresa en la mente desde su constitución primera, por el hecho de que se la conozca por primera vez y se asienta a ella cuando una facultad de la mente, que posee un ámbito distinto, comienza a actuar? Por la misma razón, el hecho de poder expresarse verbalmente, si se supone que es éste el tiempo en que se asiente por primera vez a ellas, constituiría tan buena prueba de que son innatas como decir que son innatas porque los hombres asienten a ellas cuando llegan al uso de razón...

(15) Al principio, los sentidos aprehenden ideas particulares y abastecen el gabinete todavía vacío de nuestra mente con algunas de ellas que son conservadas en la memoria y a las que se da nombre. Después la mente las abstrae y, mediante un modo gradual, aprende el uso de los nombres generales. De esta manera la mente se surte de ideas y de lenguaje, materiales sobre los que ejerce su facultad discursiva; y el uso de la razón se hace más visible a medida que aumentan estos materiales que permiten su empleo. Aunque el tener ideas generales y el uso de las palabras generales y el de la razón crecen juntamente, sin embargo esto no indica que tales ideas sean innatas...

(16) Un niño no sabe que tres más cuatro es igual a siete, hasta que es capaz de contar hasta siete y posee el nombre y la idea de igualdad; entonces, por la explicación o comprensión de estas dos palabras, asiente o percibe la verdad de dicha proposición. Pero no asiente rápidamente, porque sea una verdad innata, ni porque haya llegado al uso de razón y la haya conocido entonces, sino porque la verdad de dicha proposición se le aparece tan pronto como ha instalado en su mente las ideas claras y distintas que dichas palabras representan... Un hombre sabe que dieciocho y diecinueve suman treinta y siete con la misma seguridad que sabe que uno y dos suman tres; sin embargo, un niño no sabe esto tan pronto como aquél, no por falta de uso de razón, sino porque las ideas que expresan las palabras dieciocho, diecinueve y treinta y siete no las alcanza tan pronto como las que significan uno, dos y tres...

(18) Pregunto si el rápido asentimiento dado a una proposición, al oírla por primera vez y entender sus términos, puede ser un criterio cierto de que es innata. Si no fuera así, en vano se aduciría tal asentimiento como una prueba de ellas; y si se dice que constituye un criterio de que son innatas, debe concederse que son innatas todas las proposiciones a las que se asiente tan pronto como se las oye, de lo que resulta que estaremos abarrotados de principios innatos. Por el mismo motivo —el de asentir al oír y comprender los términos en una proposición, caso en que los hombres la admitiesen como innata— deberían asimismo consentir en que son innatas otras muchas proposiciones numéricas: que uno y dos son tres, que dos y dos son cuatro, y multitud de otras semejantes, a las que todo el mundo asiente. Pero esta prerrogativa no sería sólo de los números, sino también de la filosofía natural y de todas las otras ciencias, las cuales ofrecen proposiciones a las que asentiríamos tan pronto como las comprendiéramos. Que “dos cuerpos no pueden estar en el mismo lugar” es una verdad a la que nadie adhiere menos que a las máximas “es imposible para una misma cosa ser y no ser”, o que “lo blanco no es negro”, o que “un cuadrado no es un círculo”, o que “lo amargo no es lo dulce”.

(19) No se diga que esas proposiciones evidentes a las que se asiente en seguida, como “uno y dos son tres”, “lo verde no es rojo”, etc., se reciben como consecuencia de aquellas otras proposiciones, más universales, que se consideran como principios innatos; puesto que cualquiera que se tome la molestia de observar lo que ocurre en el entendimiento hallará ciertamente que éstas, y lo mismo las proposiciones menos generales, las conocen y asienten a ellas gentes absolutamente ignorantes de las máximas generales; de forma que, siendo anteriores en la mente a aquellos primeros principios (nombre con que se les conoce), no pueden deber a ellos el asentimiento con que se reciben.

(21) Pero nada hemos conseguido todavía del “asentir a proposiciones y comprender de primeras sus términos”. Será conveniente que notemos que, en lugar de constituir una señal de que son innatas es una prueba de lo contrario, pues supone que algunos que comprenden y conocen otras cosas permanecen ignorantes de aquellos principios hasta que les son propuestos, y que se puede desconocer estas verdades hasta que se las oye a los demás. Entonces, si fueran innatas ¿para qué necesitarían ser propuestas con objeto de conseguir asentimiento, cuando, si es que se hallan en el entendimiento, por una impresión natural y originaria, no podrían ser por menos de ser conocidas con anterioridad? No puede negarse que los hombres, al serles propuestas, conocen muchas de las verdades evidentes por sí; pero es claro que quien las conoce así advierte en sí mismo que empieza a conocer una proposición que no conocía antes, y que, a partir de entonces, nunca discutirá; no porque sea innata, sino porque la consideración de la naturaleza de las cosas contenidas en aquellas palabras no le permitiría pensar de otra manera.

(22) Si se dice que “el entendimiento posee un conocimiento implícito de estos principios, pero no explícito”, será difícil concebir lo que se entiende por un principio impreso en el entendimiento implícitamente, a menos que la mente sea capaz de comprender y asentir firmemente a tales proposiciones. En este caso, todas las demostraciones matemáticas, e igual los primeros principios, deben ser recibidos como impresiones nativas de la mente; pero me temo que no admitan eso fácilmente quienes saben por experiencia que es más difícil demostrar una proposición que asentir a ella cuando esté demostrada. Y pocos matemáticos se arriesgarán a creer que todos los diagramas que han dibujado no fueron sino copias de caracteres innatos que la naturaleza ha grabado en sus mentes. . .

(23) Para concluir, en lo que se refiere al argumento del asentimiento universal, diré que estoy de acuerdo con los defensores de los principios innatos en que, si son innatos, necesitan tener asentimiento universal. Pues que una verdad sea innata y no se asienta a ella es para mí tan ininteligible como para un hombre conocer una verdad y estar ignorante de ella al mismo tiempo. Según propia confesión de estos hombres, no pueden ser innatas, puesto que no asienten a ellas los que no comprenden los términos, ni tampoco una gran parte de los que, pudiéndolos comprender, nunca han oído o pensado en esas proposiciones, lo cual sucede, me parece, a la mitad de la humanidad por lo menos.

(27) Que las máximas generales de que tratamos no son conocidas por los niños, los idiotas y gran parte de la humanidad, lo hemos probado suficientemente. Pero existe otro argumento en contra de que sean innatas: y es que estos caracteres, si fueran impresiones originarias y nativas, aparecerían con la mayor claridad en aquellas personas en quienes, precisamente, no hallamos huellas de ellos; y esto es, en mi opinión, una fuerte presunción de que no son innatas, puesto que son menos conocidas para aquellos en quienes, de ser innatas, deberían actuar con mayor fuerza y vigor. Como los niños, los idiotas, los salvajes y las personas analfabetas son los menos corrompidos entre toda la humanidad por las costumbres y las opiniones recibidas, sería razonable pensar que en sus mentes estas nociones innatas se mostrarían abiertamente a la vista de cada uno, como ocurre en los pensamientos de los niños. Pero, ¡ay! , entre los niños, los idiotas, los salvajes y las personas analfabetas ¿qué máximas generales se encuentran? ¿Qué principios universales de conocimiento? Sus nociones son pocas y estrechas, adquiridas únicamente de los objetos con los que más se relacionan y que han causado en sus sentidos las impresiones más frecuentes y fuertes. . . Estos principios no han de esperarse que se encuentren en los pensamientos de los niños. Constituyen el lenguaje y el tema de las escuelas y academias acostumbradas a esta clase de conversación o enseñanza y donde las disputas son frecuentes. Estas máximas son adecuadas para argumentaciones artificiosas, y útiles para lograr convicciones, pero no lo son para conducir el descubrimiento de la verdad o al avance del conocimiento.

LIBRO II: DE LAS IDEAS

CAPITULO I: DE LAS IDEAS EN GENERAL Y DE SU ORIGEN

(1) Todo hombre tiene conciencia de que piensa, y como quiera que lo que ocupa su mente mientras está pensando son las ideas que tiene, está fuera de toda duda que los hombres poseen en sus mentes varias ideas, tales como las expresadas por las palabras “blancura”, “dureza”, “dulzura”, “pensar”, “movimiento”, “elefante”, “ejército”, “embriaguez”, y otras. En primer lugar, debemos inquirir cómo las alcanza el hombre.

(2) Supongamos que la mente es, como nosotros decimos, un papel en blanco, vacío de caracteres, sin ideas. ¿Cómo se llena? ¿De dónde procede el vasto acopio que la ilimitada y activa imaginación del hombre ha grabado en ella con una variedad casi infinita? A esto respondo con una palabra: de la experiencia. En ella está fundado todo nuestro conocimiento, y de ella se deriva todo en último término. Nuestra observación ocupándose ya sobre objetos sensibles externos, o ya sobre las operaciones internas de nuestras mentes, percibidas y reflejadas por nosotros mismos, es la que abastece a nuestro entendimiento con todos los materiales. Estas dos son las fuentes del conocimiento, de ellas proceden todas las ideas que tenemos o podemos tener.

(3) En primer lugar, nuestros sentidos se ocupan con objetos particulares sensibles y conducen a la mente percepciones distintas de las cosas, de acuerdo con los diversos modos con que estos objetos les afectan. Así obtenemos las ideas que poseemos de “amarillo”, “blanco”, “caliente”, “frío”, “suave”, “amargo”, “dulce” y que llamamos cualidades sensibles. Cuando digo que los sentidos las conducen a la mente, quiero decir que los sentidos conducen a la mente lo que causa estas percepciones desde los objetos externos. A esta gran fuente de la mayoría de las ideas que tenemos, que depende totalmente de nuestros sentidos, y que provee al entendimiento por medio de ellos, yo la llamo “sensación”.

(4) En segundo lugar, la otra fuente con que la experiencia abastece de ideas al entendimiento es la percepción de las operaciones de nuestra mente dentro de nosotros, aplicada a las ideas que alcanza por los sentidos. Estas operaciones, cuando el alma las refleja y considera, deparan al entendimiento otra serie de ideas, las cuales no ha adquirido de las cosas externas. Tales son “la percepción”, “el pensar”, “el dudar”, “el creer”, “el razonar”, “el conocer”, “el desear”, y todos los diferentes actos de nuestras propias mentes, de los cuales, siendo nosotros conscientes, y observándolos en nosotros mismos, recibimos en nuestro entendimiento ideas tan distintas como las que tenemos de los cuerpos que afectan a nuestros sentidos. A esta fuente de ideas que cada hombre tiene en sí mismo, aunque no procede de la sensación porque nada tiene que ver con objetos externos, sin embargo sería muy acertado llamarla, y con bastante propiedad, “sentido interno”. Pero así como llamo a aquella otra “sensación”, llamo a ésta “reflexión”, pues proporciona las ideas cuando la mente las alcanza reflexionando sobre sus propias operaciones internas. Por reflexión, pues, querré decir de ahora en adelante, la comprensión que posee la mente de sus propias operaciones, y la forma de ellas, por cuya razón llegan a ser ideas de estas operaciones en el entendimiento. Estas dos —quiero decir, las cosas materiales externas como objetos de la sensación y las operaciones internas de nuestra mente como objetos de reflexión— son, según mi parecer, el origen donde comienzan todas nuestras ideas. El término “operación” lo uso aquí en sentido amplio, como comprendiendo no meramente las acciones de la mente sobre sus ideas, sino también ciertas pasiones que surgen a veces de ellas, tales como la satisfacción o malestar que acompaña a algún pensamiento.

(5) A mi parecer, el entendimiento no tiene ni el menor atisbo de ideas que no se reciban de una de estas dos fuentes. Los objetos externos proveen a la mente de ideas de las cualidades sensibles; es decir, de todas aquellas diferentes percepciones que esas cualidades producen en nosotros; y la mente provee al entendimiento de ideas de sus propias operaciones... Examine cada uno sus propios pensamientos e investigue atentamente en su entendimiento; dígame entonces si todas las ideas originales que tiene son otras que las que proceden de los objetos de sus sentidos o de las operaciones de su mente consideradas como objeto de su reflexión...

(6) El que considere atentamente el estado de un niño recién nacido hallará pocas razones para imaginarlo lleno de ideas que constituyan el material de su conocimiento futuro. Es gradualmente como llega a adquirir las ideas. Y aunque las ideas de cualidades familiares y obvias se imprimen antes que la memoria empiece a conservar un registro ordenado, sin embargo con frecuencia se adquieren algunas cualidades insólitas tan tardíamente que existen pocos hombres que no puedan recordar el comienzo de su conocimiento de ellas... Creo que si un niño viviera en un lugar donde no viera otros colores que el blanco y el negro hasta que fuera hombre, no tendría ninguna idea del escarlata o del verde; lo mismo que la persona que no probó en su niñez una ostra o una piña no tiene el recuerdo de aquellos particulares sabores.
(7) Los hombres poseen, pues, más o menos ideas simples, según que los objetos con que se relacionan les ofrezcan más o menos variedad y que las operaciones de sus mentes reflexiona en más o menos sobre ellas.

(9) Preguntar cuándo alcanza el hombre sus primeras ideas es preguntar cuándo empieza a percibir, significando lo mismo tener ideas y percibir. Sé que existe la opinión de que el alma siempre piensa[3] y de que posee constantemente percepción real de ideas tanto tiempo como existe, y que el pensar real es tan inseparable del alma como la extensión real lo es del cuerpo. Si esto es verdad, inquirir el origen de las ideas de un hombre es lo mismo que investigar el origen de su alma. Y, según esto, el alma y sus ideas, como el cuerpo y su extensión, habrían comenzado a existir al mismo tiempo.

(10) Pero la discusión de si el alma existe antes que el cuerpo, o al mismo tiempo, o poco después, la dejo para quienes conocen mejor este asunto. Confieso tener una de esas almas obtusas que no siempre están percibiendo ideas[4]; no puedo concebir que sea más necesario para el alma pensar siempre, que para el cuerpo moverse[5]; la percepción de las ideas es al alma (a mi entender), lo que el movimiento al cuerpo; no su esencia, sino una de sus operaciones[6]... Sabemos por experiencia que pensamos algunas veces, y de aquí inferimos esta infalible consecuencia: que existe algo en nosotros que tiene poder para pensar. Pero que esa sustancia piensa perpetuamente o no, no podemos asegurarlo más de lo que la experiencia nos informe...
(11) Concedo que el alma en un hombre despierto no está nunca sin pensamiento, porque así es la condición de estar despierto. Si el alma piensa en un hombre que duerme, sin ser consciente de ello, entonces pregunto si durante tal pensar tiene algún placer o dolor, o es capaz de felicidad o miseria. Estoy seguro de que no lo es más que el lecho de la tierra sobre el que yace. Y ser feliz o miserable sin ser consciente de ello, me parece absolutamente imposible...

(12) Se dice que el alma piensa durante el sueño. Mientras piensa y percibe es capaz ciertamente de placer o dolor, así como de otras percepciones; en ese caso debe estar consciente, necesariamente, de sus propias percepciones. Pero el hombre que duerme no es consciente de todo esto. Supongamos el alma de Cástor, mientras está durmiendo, retirada de su cuerpo; suposición que no es imposible para los hombres a los que me refiero, puesto que tan liberalmente admiten la existencia de vida sin alma pensante en los animales. Tales hombres no pueden juzgar imposible o contradictorio que el cuerpo viva sin el alma, ni que el alma subsista, piense o tenga percepción, incluso percepción de felicidad o miseria, sin el cuerpo. Supongamos, repito, el alma de Cástor separada durante el sueño de su cuerpo, que sueña aparte. Supongamos también que elige para escenario de su pensar el cuerpo de otro hombre, el de Pólux, que está durmiendo sin alma. Pues si el alma de Cástor puede pensar mientras Cástor está dormido, de lo que Cástor nunca es consciente no importa qué lugar elija para pensar. Tenemos, pues, los cuerpos de los hombres, con una sola alma entre ellos, a los que suponemos dormir y vigilar por turno: y el alma piensa en el hombre despierto, y de ello no es consciente el hombre dormido ni tiene la menor percepción. Pregunto, pues, si Cástor y Pólux, con una sola alma entre ellos que piensa y percibe en uno lo que el otro no puede concebir, ni es consciente de ello, no son dos personas tan distintas como Cástor y Hércules, o como lo fueron Sócrates y Platón. Y pregunto si uno de ellos no podría ser muy feliz y el otro muy miserable. Exactamente por la misma razón dividen al alma y al hombre en dos entidades quienes creen que el alma piensa aparte algo que el hombre no es consciente. Y supongo que nadie hará consistir la identidad de personas en que el ser del alma esté unido a las mismas partículas numéricas de la materia, ya que, si esto fuera necesario para la identidad, sería imposible, en el constante flujo de partículas de nuestros cuerpos, que cualquier hombre fuera la misma persona dos días o dos momentos juntos...

(22) Obsérvese a un niño desde su nacimiento, y se verá cómo la mente se despierta más y más por los sentidos; piensa más a medida que posee más materia para pensar. Pasado algún tiempo, empieza a conocer los objetos que, por estar más familiarizado, le han hecho más duraderas impresiones. Así, por grados, llega a conocer las personas con las que conversa diariamente y las distingue de las extrañas. Observamos cómo la mente, por grados, se perfecciona y avanza en el ejercicio de otras facultades de extender, componer y abstraer sus ideas y de razonar y reflexionar sobre ellas.

(23) Si se pregunta entonces cuándo un hombre empieza a tener ideas, creo que la verdadera respuesta es: cuando tiene la primera sensación. Puesto que parece que no existen ideas en la mente antes que los sentidos las aporten, concibo que las ideas en el entendimiento coexisten en la sensación, que es una impresión o movimiento causado en alguna parte del cuerpo que produce alguna percepción en el entendimiento...

(24) A su tiempo la mente llega a reflexionar sobre sus propias operaciones mediante las ideas que ha alcanzado por la sensación y así adquiere una nueva serie de ideas a las que yo llamo “ideas de la reflexión.” Las impresiones, pues, que son causadas en nuestros sentidos por objetos exteriores, extrínsecos a la mente, y sus propias operaciones sobre estas impresiones, al reflexionar sobre sí misma, constituyen el origen de todo conocimiento... Todos esos sublimes pensamientos, que se elevan a las nubes y llegan hasta el cielo, tienen su origen y cimientos aquí. En toda la gran extensión por donde vaga la mente, en las remotas especulaciones en que parece elevarse, no se mueve un ápice más allá de las ideas que los sentidos o la reflexión le ofrecen para su contemplación[7].

(25) En esta parte el entendimiento es meramente pasivo[8]: y si ha de tener o no estos comienzos no está dentro de su poder... Cuando estas ideas simples se ofrecen a la mente, el entendimiento no puede rehusar el tenerlas, ni alterarlas cuando están impresas, ni borrarlas para hacer otras nuevas, de la misma manera que un espejo no puede rehusar, alterar o destruir las imágenes o ideas que los objetos puestos delante de él producen...

LIBRO IV: DEL CONOCIMIENTO CIERTO Y PROBABLE

CAPITULO I: DEL CONOCIMIENTO EN GENERAL

(1) Puesto que la mente en todos sus pensamientos y razonamientos (thoughts and reasonings) no tiene otros objetos inmediatos sino sus propias ideas, que son la única cosa que contempla o puede contemplar, es evidente que nuestro conocimiento sólo versa acerca de las ideas.

(2) El conocimiento (knowledge), pues, me parece que no es otra cosa que la percepción de la conexión y concordancia, o no concordancia y repugnancia, de algunas de nuestras ideas. Sólo consiste en esto. Donde existe esta percepción existe conocimiento; y donde no la hay, aunque podamos imaginar, adivinar o crear, sin embargo no alcanzamos conocimiento. Pues cuando conocemos que lo blanco no es lo negro, ¿qué otra cosa percibimos sino que estas dos ideas no concuerdan?

(3) Para comprender con más claridad en qué consiste esta concordancia o no concordancia, creo que podemos reducirla a estas cuatro especies:

I. Identidad o diversidad
II. Relación.
III. Coexistencia o conexión necesaria.
IV. Existencia real (Real existence).

(4) Respecto de lo primero, la identidad o diversidad, el primero y principal acto de la mente cuando ésta tiene sentimiento o ideas, es percibir las ideas que tiene; y en tanto que las percibe, conocer lo que es cada una y de ese modo percibir también sus diferencias y que la una no es la otra. Esto es tan absolutamente necesario que sin ello no habría conocimiento, ni razonamiento, ni imaginación, ni pensamientos distintos[9]. Por esto la mente percibe clara e infaliblemente que cada idea concuerda consigo misma y es lo que es; y, por el contrario, que todas las ideas distintas no concuerdan entre sí; es decir, la una no es la otra... Aunque los lógicos han reducido esto a dos reglas generales (“lo que es, es”; “es imposible para la misma cosa ser y no ser”), sin embargo, es cierto que el primer ejercicio de la reflexión se hace sobre ideas particulares. Un hombre conoce infaliblemente, tan pronto como las tiene en la mente, que las ideas que llama “blanco” y “redondo” son las ideas que son, y que no son las otras ideas que llama “rojo” o “cuadrado”.

(5) La clase siguiente, la de concordancia o no concordancia que la mente percibe en algunas de sus ideas, puede llamarse, creo, “relativa”, y es la percepción de la relación que existe entre dos ideas cualesquiera, de cualquier clase, ya sean sustancias, modos u otras. Puesto que todas las ideas distintas deben ser eternamente reconocidas como que no son las mismas y ser así negadas universal y constantemente unas de otras, no habría lugar para un conocimiento positivo si no percibiéramos alguna relación entre nuestras ideas.

(6) La tercera clase, coexistencia o no-coexistencia en el mismo sujeto, pertenece particularmente a las sustancias. Así, cuando decimos del oro que es fijo, nuestro conocimiento de esta verdad significa que la fijeza o el poder de permanecer sin consumirse en el fuego es una idea que siempre acompaña y está unida a la amarillez, al peso, a la maleabilidad, y a la solubilidad en agua regia, que forman nuestra idea compleja que designamos con la palabra oro.

(7) La cuarta y última clase es la de una existencia real verdadera que concuerda con alguna cosa de la que tengamos la idea en la mente.
Dentro de estas cuatro clases de concordancia o no concordancia está contenido, supongo, todo el conocimiento de que somos capaces. Pues todas las investigaciones que podemos hacer sobre nuestras ideas, todo lo que podemos conocer o afirmar sobre ellas, es que son lo mismo o no lo son con respecto a otras; que coexisten siempre, o no, con otras ideas en el mismo sujeto; que tienen esta o aquella relación con alguna otra idea; o que poseen existencia real fuera de la mente. Así, “lo azul no es amarillo” señala una no concordancia de identidad: “dos triángulos de bases iguales entre dos lados paralelos son iguales”, de relación: “el hierro es susceptible de impresiones magnéticas”, de coexistencia; “Dios es”, de existencia real…

CAPITULO II: DE LOS GRADOS DE NUESTRO CONOCIMIENTO

(1) ...La diferencia de claridad que se manifiesta en nuestros conocimientos creo que reside en el modo diferente de percepción que la mente tiene de la concordancia o no concordancia de alguna de sus ideas. Pues, si reflexionamos sobre nuestros diversos modos de pensar, hallaremos que algunas veces la mente percibe la concordancia o no concordancia de dos ideas inmediatamente por sí mismas, sin intervención de ninguna otra: a esto creo que podemos llamarlo “conocimiento intuitivo”. Así, la mente percibe que lo blanco no es negro, que un círculo no es un triángulo, que tres son más que dos e igual a uno más dos. Tales clases de verdades las percibe la mente por simple intuición, sin intervención de ninguna otra idea: y esta clase de conocimiento es el más claro y cierto de que la debilidad humana es capaz. De esta intuición depende toda la certeza y evidencia de nuestro conocimiento. Quien exija una certeza mayor que ésta no sabe lo que pide. La certeza depende tanto de esta intuición que en el próximo grado del conocimiento, que llamaré “demostrativo”, esta intuición está necesariamente en todas las conexiones de las ideas intermediarias, sin las que no podemos obtener conocimiento y certeza.

(2) En este siguiente grado de conocimiento, la mente percibe la concordancia o no concordancia de determinadas ideas, pero no de manera inmediata. La razón de por qué la mente no puede siempre percibir pronto la concordancia o no concordancia de dos ideas, consiste en que aquellas ideas sobre cuya concordancia o no concordancia se hace la investigación, no pueden unirse por la mente para demostrarlo. En este caso, cuando la mente no puede reunir sus ideas para su comparación inmediata, y por decirlo así, para yuxtaponer y aplicar la una a la otra para percibir su concordancia o no concordancia, es obligado servirse de la intervención de otras ideas para descubrir la concordancia o no concordancia que se busca; a esto es a lo que llamamos “razonar”.

(3) Las ideas que intervienen y que sirven para mostrar la concordancia de otras dos cualesquiera, se llaman “pruebas”; y se llamada “demostración” a la concordancia o no concordancia que por este medio se percibe clara y evidentemente.

(4) Aunque este conocimiento mediante pruebas es cierto, su evidencia no es enteramente tan clara y brillante, ni el asentimiento tan rápido, como en el conocimiento intuitivo. Pues, aunque en la demostración la mente percibe, al fin, la concordancia o no concordancia de las ideas que considera, sin embargo no lo hace sin esfuerzo y atención. Se requiere una lenta progresión gradual antes que la mente alcance la certeza y llegue a percibir la concordancia o repugnancia entre dos ideas que necesitan pruebas y el uso de la razón para demostrarlas.

(5) Otra diferencia entre el conocimiento intuitivo y el demostrativo consiste en que, aunque en el último desaparece toda duda cuando por intervención de las ideas intermedias se llega a percibir la concordancia o no concordancia, sin embargo antes de la demostración hubo una duda. Esto no puede suceder a la mente en el conocimiento intuitivo[10], como no se puede presentar una duda al ojo (que puede ver distintamente lo blanco y lo negro), si se ve que este papel y esta tinta son del mismo color.

(7) En cada paso que da la razón en el conocimiento demostrativo (demonstrated knowledge) existe un conocimiento intuitivo de la concordancia o no concordancia que busca con las ideas intermediarias que usa como pruebas; pues si no fuera así, no se necesitaría prueba, puesto que, sin la percepción de tal concordancia o no concordancia no habría conocimiento. De manera que para verificar una demostración es necesario percibir la concordancia inmediata de las dos ideas que intervienen, mediante las cuales se halla la concordancia o no concordancia de las dos ideas que se examinan. Esta percepción intuitiva de la concordancia o no concordancia de las ideas intermediarias, en cada paso y avance de la demostración, debe estar también en la mente, y se debe estar seguro de que ninguna parte queda fuera. A causa de que en las largas deducciones, y por el uso de muchas pruebas, la memoria no siempre retiene pronta y exactamente, ocurre que se considera este conocimiento más imperfecto que el intuitivo, y los hombres se abrazan entonces a falsedades para las demostraciones.

(8) Se ha aceptado generalmente que sólo las matemáticas son capaces de certeza demostrativa. Pero como no considero que sea sólo privilegio de las ideas de número, extensión y figura, que su concordancia o no concordancia pueda ser percibida intuitivamente, es posible que esa opinión se deba a una falta de método y de aplicación convenientes, y no a una evidencia suficiente en las cosas.
(14) La intuición y la demostración son los grados de nuestro conocimiento: todo lo que no pueda referirse a uno de estos dos grados no es sino fe u opinión (faith or opinion), pero no conocimiento, al menos en las verdades generales. Existe, indudablemente, otra percepción de la mente que se emplea sobre la existencia particular de seres finitos exteriores a nosotros, que, extendiéndose más allá de la mera probabilidad, y no alcanzando tampoco a los grados de certeza mencionados se conoce con el nombre de conocimiento. Que la idea que recibimos de un objeto externo está en nuestra mente, es totalmente cierto; y también que éste es un conocimiento intuitivo... Así, pues, creo que podemos agregar este tipo de conocimiento a las dos precedentes clases de conocimiento; es decir, el conocimiento de la existencia de objetos particulares externos mediante la conciencia y percepción que tenemos de la recepción real de ideas procedentes de ellos. Son, pues, tres los grados de conocimiento, a saber: intuitivo, demostrativo, y sensitiva; y en cada uno de ellos existen diferentes modos de evidencia y certeza.
(15) Pero, puesto que nuestro conocimiento se funda y ejerce solamente sobre nuestras ideas, ¿no se seguirá de aquí que es susceptible de conformarse sólo a nuestras ideas; que donde nuestras ideas sean claras y distintas, u oscuras o confusas, nuestro conocimiento lo será también? Respondo que no. Pues, consistiendo nuestro conocimiento en la percepción de la concordancia o no concordancia de dos ideas cualesquiera, su claridad u oscuridad consistirá en la claridad u oscuridad de aquella percepción, y no en la claridad u oscuridad de las ideas mismas; por ejemplo: un hombre que tenga ideas tan claras de los ángulos de un triángulo, y de la igualdad de dos ángulos rectos, como la tenga cualquier matemático en el mundo, puede sin embargo tener una percepción muy oscura de su concordancia .y así poseer un conocimiento muy oscuro de ello. Pero las ideas que por razón de su oscuridad, o de otra cosa, son confusas, no pueden producir un conocimiento claro o distinto; porque en cuanto que son confusas la mente no puede percibir con claridad si concuerdan o no. O, expresándolo de un modo que se presta menos a ser mal entendido: el que no posee ideas adecuadas a las palabras que usa no puede establecer proposiciones de cuya verdad pueda estar seguro.

CAPITULO III: DE LA EXTENSION DEL CONOCIMIENTO HUMANO

(1) Descansando el conocimiento, según se ha dicho, en la percepción de la concordancia o no concordancia de algunas de nuestras ideas, se sigue de aquí que:
Primero, no podemos tener conocimiento más allá de donde tenemos ideas.

(2) Segundo, no podemos tener conocimiento más allá de donde tengamos percepción de la concordancia o no concordancia. Y, siendo esta percepción: 1, por intuición, o comparación inmediata de dos ideas; 2°, por razón, o examen de la concordancia o no concordancia de dos ideas, con intervención de algunas otras; o 3°, por sensación, al percibir la existencia de cosas particulares, se sigue de todo esto:

(3) Tercero, que no podemos tener un conocimiento intuitivo que se extienda a todas nuestras ideas, y a todo lo que conozcamos sobre ellas, porque no podemos examinar y percibir todas las relaciones que tienen unas con otras, por yuxtaposición o por comparación inmediata de una con otra.

(4) En cuarto lugar se sigue también de todo lo que hemos ya observado que nuestro conocimiento racional no puede alcanzar a toda la extensión de nuestras ideas, porque entre dos ideas diferentes que examináramos no siempre podríamos encontrar ideas medias que unir unas con otras con un conocimiento intuitivo en todas las partes de la deducción.
(5) Quinto, el conocimiento sensitivo, como no se extiende más allá de la existencia de las cosas realmente presentes a nuestros sentidos, es más estrecho que cualquiera de los anteriores.
(6) Sexto, de todo esto se sigue evidentemente que la extensión de nuestro conocimiento no sólo no alcanza a la realidad de las cosas, sino que ni siquiera responde a la extensión de nuestras propias ideas...

(7) Las afirmaciones o negaciones que hacemos sobre las ideas que tenemos pueden reducirse a estas cuatro clases: identidad, coexistencia, relación y existencia real. Examinaré hasta dónde se extiende nuestro conocimiento en cada una de estas clases.
(8) Primero, respecto de la identidad y diversidad. En este modo de concordancia o no concordancia de nuestras ideas, nuestro conocimiento intuitivo se extiende tanto como nuestras ideas mismas: no puede haber idea en la mente que, en seguida, por un conocimiento intuitivo, no se perciba que ella es lo que es, y que es diferente de cualquier otra.

(9) Segundo, con respecto a esta clase —es decir, la concordancia o no concordancia de nuestras ideas en coexistencia—, nuestro conocimiento es muy corto, aunque en ella se basa la parte más grande y más importante de nuestro conocimiento sobre las sustancias...
(11) Las ideas de que están formadas nuestras ideas complejas de las sustancias, y sobre las que nuestro conocimiento de las sustancias actúa más, son las de sus cualidades secundarias. Como éstas dependen de las cualidades primarias de las partículas insensibles de las sustancias —o si no de ellas, de algo aún más remoto de nuestra comprensión—, nos es imposible conocer si tienen una unión necesaria o una incompatibilidad entre ellas. Pues como sabemos de qué raíz surgen, y como no sabemos su tamaño y figura ni la contextura de sus partes sobre las que dependen y de las que resultan aquellas cualidades que forman, por ejemplo, nuestra idea compleja de oro, es imposible que conozcamos qué otras cualidades resultan, o son incompatibles, con la misma constitución de las partes insensibles del oro; y así, por consiguiente, deben siempre coexistir con aquella idea compleja que poseemos del oro, o no poder subsistir con tal idea.

(12) Además de esta ignorancia de las cualidades primarias, de las que dependen todas las secundarias, hay otra ignorancia mayor, y es que no existe una conexión fácil de descubrir entre las cualidades secundarias y las primarias, de las que aquéllas dependen. Estamos tan lejos de saber qué figura, tamaño o movimiento de partes ocasiona un color amarillo, un gusto dulce, o un sonido agudo, que no podemos por ningún medio concebir cómo algún tamaño, figura o movimiento de partículas puede producir en nosotros la idea de color, gusto o sonido. No existe una conexión concebible entre la una y la otra. Respecto de la incompatibilidad o repugnancia para coexistir, sabemos que cada sujeto puede tener sólo una clase de cualidad primaria; por ejemplo: cada extensión particular, figura, movimiento, excluye a todas las otras de su clase. Lo mismo es cierto respecto a todas las ideas sensibles peculiares a cada sentido. No pueden existir dos colores o dos olores al mismo tiempo...

(18) Con respecto a la tercera clase de nuestro conocimiento, la concordancia o no concordancia de cualesquiera de nuestras ideas en cualquier relación, decimos que éste es el campo más extenso de nuestro conocimiento, de manera que es difícil determinar hasta dónde se extiende, porque los avances que se hagan en esta parte del conocimiento dependen de nuestra habilidad de hallar ideas intermediarias que puedan mostrar las relaciones de las ideas cuya coexistencia no se considera; es difícil de señalar cuándo ya no quedan más descubrimientos por hacer, y cuándo la razón posee todos los recursos de que es capaz para hallar pruebas o examinar la concordancia o no concordancia de las ideas remotas. Los que desconocen el álgebra no pueden imaginar las maravillas que se pueden hacer en este género por medio de esta ciencia. No es fácil determinar qué ulteriores avances y ventajas para las otras partes del conocimiento puede conseguir la sagaz mente del hombre.
La idea de un ser supremo (infinito en poder, bondad y sabiduría, cuya obra somos nosotros, y de quien dependemos) y la idea de nosotros mismos (como criaturas racionales), siendo estas ideas muy claras en nosotros, ofrecerían, supongo, si se consideraran debidamente, tales fundamentos para nuestro deber y reglas de acción que colocarían a la moralidad entre las ciencias susceptibles de demostración…[11]
La relación de otros modos podría percibirse lo mismo que las de número y extensión; y no puedo comprender por qué no serían capaces de demostración, si se aplicaran los debidos métodos para examinar su concordancia o no concordancia “Donde no existe propiedad, no existe injusticia”, es una proposición tan cierta como una demostración de Euclides. Pues siendo la idea de propiedad un derecho a cierta cosa, y significando la idea de injusticia la violación de este derecho, es evidente que a estas ideas establecidas de este modo y con justos nombres, puedo saber que esta proposición es verdadera tan ciertamente como que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos…

(21) Respecto de la cuarta clase de conocimiento, existencia real y actual de las cosas, tenemos un conocimiento intuitivo de nuestra propia existencia; y un conocimiento demostrativo de la existencia de Dios; de la existencia de cualquier otra cosa sólo tenemos un conocimiento sensitivo que no se extiende más allá de los objetos presentes a nuestros sentidos.

(22) Siendo nuestro conocimiento tan estrecho, como he demostrado, arrojará luz en el estado actual de nuestras mentes si miramos un poco en el lado oscuro de la cuestión y consideramos las causas de nuestra ignorancia. Supongo que son estas tres: carencia de ideas; carencia de una conexión fácil de descubrir entre las ideas que tenemos; y carencia de investigación y examen de nuestras ideas...

CAPITULO IV: DE LA REALIDAD DEL CONOCIMIENTO

(1) No dudo que algún lector pensará que he estado todo este tiempo edificando castillos en el aire y que me argüirá: “¿Para qué todo este alboroto? Dices que el conocimiento es sólo la percepción de la concordancia o no concordancia de nuestras propias ideas; pero ¿quién sabe lo que pueden ser estas ideas? ¿Existe algo tan extravagante como las imaginaciones humanas? ¿Hay alguna cabeza que no albergue quimeras?. . . Al parecer no importa lo que son las cosas; con tal que un hombre observe la concordancia de sus propias imaginaciones y hable consecuentemente, lo que él diga se tendrá por cierto. Tales castillos en el aire serán tenidos por tan fuertes pilares de la verdad como las demostraciones en Euclides. Que una harpía no es un centauro es, en este sentido, un conocimiento tan cierto como que un cuadrado no es un círculo. Pero ¿qué utilidad puede rendir todo este conocimiento más o menos quimérico para el que investiga la realidad de las cosas?”

(2) A esto respondo: que si el conocimiento que tenemos de nuestras ideas terminara en ellas y no pasara más allá, nuestros más serios pensamientos serían de poco más uso que los ensueños de un cerebro loco, y las verdades fundadas sobre este conocimiento no tendrían más peso que los discursos de un hombre que ve las cosas claramente en sueños y las expresa con gran confianza. Espero hacer evidente que este modo de certeza por el conocimiento de nuestras propias ideas va poco más allá que la mera imaginación, y creo que se verá que toda la certeza de las verdades generales que un hombre tiene no descansa en otra cosa.

(3) Es evidente que la mente no conoce las cosas inmediatamente sino sólo por intervención de las ideas que tiene en ellas. Nuestro conocimiento, por lo tanto, es real sólo en cuanto que hay conformidad entre nuestras ideas y la realidad de las cosas. Pero, ¿cuál será el criterio? ¿Cómo conocerá la mente, que no percibe sino sus propias ideas, que están de acuerdo con las cosas mismas? Aunque esto no parece exento de dificultad, yo creo que existen dos clases de ideas de las que podemos estar seguros que concuerdan con las cosas mismas.

(4) Las primeras son las ideas simples; las cuales, puesto que la mente, como se ha mostrado, no puede hacerlas por ningún medio, deben ser necesariamente el producto de cosas que operan sobre la mente de un modo natural, y producen en ella percepciones a las que está ordenada y adaptada por la sabiduría y voluntad de nuestro Hacedor. De aquí se sigue que las ideas simples no son ficciones de nuestra imaginación sino productos naturales y regulares de cosas exteriores a nosotros, que operan realmente sobre nosotros. Así, la idea de blancura o amargor, como está en la mente, responde exactamente a la potencia que hay en el cuerpo para producir tal idea con toda la conformidad real que tiene, o debería tener, con las cosas exteriores a nosotros. Y esta conformidad entre nuestras ideas simples y la existencia de las cosas es suficiente para el conocimiento real.

(5) En segundo lugar, todas nuestras ideas complejas, excepto las de las sustancias, que son arquetipos que la mente construye y que no quieren ser copias de algo ni se refieren a la existencia de algo como a su fuente original, no pueden carecer de la conformidad necesaria para el conocimiento real. Pues lo que no intenta representar algo sino a sí mismo no puede ser nunca capaz de una interpretación errónea ni extraviarnos de la verdadera aprehensión de algo distinto a la mente; y tales son, exceptuando a las sustancias, todas nuestras ideas complejas. En todos nuestros pensamientos, razonamientos y discursos sobre esta clase de ideas, no tenemos la pretensión de considerar las cosas más que en cuanto se conforman a nuestras ideas. De manera que en éstas no podemos echar de menos una realidad indudable y cierta.

(6) No dudo que se me concederá fácilmente que el conocimiento que tenemos de las verdades matemáticas no es sólo cierto, sino conocimiento real; no es él sólo conocimiento de insignificantes y vanas quimeras del cerebro. Si lo examinamos hallaremos que es únicamente el de nuestras propias ideas. El matemático considera la verdad y las propiedades que pertenecen a un triángulo o a un círculo sólo como existentes en su propia mente, pues es posible que nunca las haya encontrado existiendo matemáticamente [?] en su vida. Esto no impide que el conocimiento que posee de verdades o propiedades que pertenecen a un círculo, o a cualquier otra figura matemática, sea verdadero y cierto, tan verdadero y tan cierto como el de las cosas reales existentes: porque las cosas reales no pasan a considerarse en esta clase de proposiciones más que como cosas que realmente concuerdan con aquellos arquetipos en la mente de los matemáticos. ¿Es verdad de la idea de un triángulo que sus tres ángulos son iguales a dos rectos? Pues eso mismo es cierto siempre de un triángulo, donde quiera que exista realmente. Cualquier otra figura que exista que no responda exactamente a aquella idea de un triángulo en la mente, nada tiene que ver con aquella proposición. Por lo tanto, el matemático está cierto de que todo su conocimiento sobre tales ideas es conocimiento real; porque, refiriéndose a las cosas que en no mayor grado concuerdan con sus ideas, está seguro de lo que sabe sobre aquellas figuras aun cuando tengan meramente una existencia ideal en su mente; y asegurará también de ellas su verdad cuando tengan una existencia real en la materia.

(7) Se sigue de aquí que el conocimiento moral es tan susceptible de certeza real como las matemáticas... Como nuestras ideas morales, lo mismo que las matemáticas, constituyen en sí mismas arquetipos o ideas completas y adecuadas, toda la concordancia o no concordancia que hallemos en ellos producirán un conocimiento real lo mismo que en las figuras matemáticas.

(12) En cuanto a nuestras ideas de las sustancias, como se supone que son copias referidas a arquetipos exteriores a nosotros, deben estar siempre formadas sobre algo que realmente existe o ha existido. No deben constar de ideas reunidas a placer por nuestro pensamiento sin un modelo real del que se tomen. . . En fin, allí donde percibimos la concordancia o no concordancia de algunas de nuestras ideas, existe conocimiento cierto; y cuando estamos seguros de que esas ideas concuerdan con la realidad de las cosas, hay conocimiento cierto y real...

CAPITULO V: DE LA VERDAD EN GENERAL

(2) En el recto sentido de la palabra, la verdad me parece significar el unir o separar signos según que las cosas significadas por ellas concuerden o no unas con otras. La unión o separación de signos quiere decir aquí lo que con otro nombre llamamos proposición. De forma que, propiamente, la verdad pertenece sólo a las proposiciones. Existen dos clases de proposiciones: mentales y verbales; y como signos de ellas se usan las ideas y las palabras.

(3) Para formar una noción clara de la verdad es muy necesario considerar la verdad mental y la verdad verbal distintamente la una de la otra, aunque es muy difícil tratarlas por separado. A causa de que al tratar las proposiciones mentales es ineludible hacer uso de palabras, los ejemplos dados de proposiciones mentales inmediatamente cesan de ser meramente mentales y se hacen verbales. Pues como una proposición mental no es más que una consideración de las ideas, tal como están en nuestra mente despojadas de nombres, las proposiciones mentales pierden su naturaleza de proposiciones puramente mentales tan pronto como se resuelven en palabras...

(5) Volviendo a considerar en qué consiste la verdad, es preciso tener en cuenta las dos clases de proposiciones que somos capaces de formar:
En primer lugar las mentales, en las que las ideas están en nuestro entendimiento sin el uso de palabras, reunidas o separadas por la mente que percibe o juzga de su concordancia o no concordancia.
En segundo lugar las verbales, que son palabras, signos de nuestras ideas, reunidas o separadas en sentencias afirmativas o negativas. Mediante este modo de afirmar o negar, estos signos, formados de sonidos, están por así decirlo reunidos o separados unos de otros. De manera que las proposiciones consisten en reunir o separar signos; y la verdad consiste en reunir o separar aquellos signos según que las cosas que representan concuerdan o no...

(6) Cuando las ideas se reúnen o separan en la mente según que ellas o las cosas que ellas representan concuerdan o no, las llamo verdad mental. Verdad nominal es algo más; consiste en afirmar o negar las palabras una de otras, según que las ideas que representan concuerden o no: y esta verdad puede ser de dos clases: o puramente verbal y frívola, o real e instructiva...

(9) La verdad consiste en indicar mediante palabras la concordancia o la no concordancia de ideas, según lo que es. La falsedad consiste en indicar mediante palabras la concordancia o la no concordancia de ideas, según lo que no es. Y en cuanto que estas ideas, señaladas por sonidos, concuerdan con sus arquetipos, existe verdad real. El conocimiento de esta verdad consiste en conocer qué ideas representan las palabras, y en la percepción de la concordancia o la no concordancia de aquellas ideas según están representadas por aquellas palabras.
CAPITULO IX: DE NUESTRO CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA

(1) Hasta aquí sólo hemos considerado las esencias de las cosas; pero como solamente son ideas abstractas que recogemos en nuestra mente despojándolas de todo lo que sea existencia particular, no nos proporcionan ningún conocimiento de ninguna existencia real.
(2) Vamos a investigar sobre nuestro conocimiento de la existencia de las cosas y cómo lo adquirimos. Digamos pues que tenemos conocimiento de nuestra propia existencia por intuición; de la existencia de Dios por demostración; y de las demás cosas mediante la sensación.
(3) El conocimiento de nuestra propia existencia lo percibimos tan clara y ciertamente que no necesita ni es susceptible de ninguna prueba: nada es más evidente para nosotros que nuestra, propia existencia. Pienso, razono, siento placer y dolor. ¿Pueden ser estas cosas más evidentes para mí que mi propia existencia? Si dudo de todas las otras cosas, esta misma duda me hacer percibir mi propia existencia. Si siento que tengo dolor, es evidente que poseo tan cierta percepción de mi propia existencia como de la existencia del dolor que siento; o si sé que dudo, tengo cierta percepción de la existencia de la cosa que dudo como del pensamiento que llamo duda. La experiencia nos convence, pues, de que tenemos un conocimiento intuitivo de nuestra propia existencia, y una infalible percepción interna de lo que somos. En cada acto de sensación, de razonamiento o de pensamiento, somos conscientes de nuestro propio ser, y en este asunto llegamos al más alto grado de certeza que es posible imaginar...

CAPITULO X: DEL CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE DIOS

(1) Aunque Dios no nos ha dado ideas innatas de él mismo, aunque no ha estampado en nuestras mentes caracteres originales en los que podamos leer su ser, sin embargo al habernos concedido las facultades de que nuestras mentes están dotadas ha dejado testimonios de sí mismo y, puesto que tenemos sentidos, percepción y razón, no necesitamos una prueba clara de El mientras que nos sintamos a nosotros mismos. Pero aunque ésta sea la verdad más obvia que la razón descubre, y aunque su evidencia sea (si no me equivoco) igual a la certeza matemática, sin embargo, requiere meditación y atención; y la mente debe realizar una deducción regular de ello a partir de cierto punto de nuestro conocimiento intuitivo o de otro modo nos encontraremos tan inseguros e ignorantes de esto como de otras proposiciones que son en sí mismas susceptibles de una clara demostración. Para demostrar, por lo tanto, que somos capaces de conocer y de saber con certidumbre la existencia de Dios, y cómo podemos lograr esta certeza, creo que no necesitamos más que hacer reflexión sobre nosotros mismos y sobre el indudable conocimiento que tenemos de nuestra propia existencia.
(2) Puede establecerse como verdad, más allá de toda duda, que una persona es algo que existe realmente. Si alguien pretende ser tan escéptico como para negar su propia existencia (pues dudar de ello manifiestamente imposible), dejémoslo que goce su amada felicidad de ser nada, hasta que el hambre o el dolor lo convenzan de lo contrario…
(3) Además el hombre sabe, por una certeza intuitiva, que la mera nada no puede producir un ser real que sea igual a dos ángulos rectos. Si un hombre no sabe que la no existencia o la ausencia de todo ser, no puede ser igual a dos ángulos rectos, es imposible que conciba ninguna de las demostraciones de Euclides. Si, por lo tanto, sabemos que existe algún ser real y que la nada no puede producir un ser real, es evidente que desde la eternidad ha existido algo; puesto que lo que no existió desde la eternidad tuvo que tener un comienzo, y lo que ha tenido un principio debe haber sido producido por alguna otra cosa.
(4) Es evidente que lo que tiene su ser y principio de otro también debe tener de otro todo lo que es y le pertenece. Todas las facultades que posee deben proceder de la misma fuente. Es preciso, pues, que esta fuente eterna de todo ser sea la fuente y origen de toda facultad o potencia; y así, este Ser eterno debe ser también el más poderoso.
(5) El hombre halla dentro de sí percepción y conocimiento. Damos entonces un paso adelante y llegamos a la certidumbre de que no sólo existe algún ser, sino algún ser inteligente. Ahora bien, hay que inclinarse por una de estas dos cosas: o que ha habido un tiempo en el que no existía ningún ser inteligente y en el que el conocimiento ha comenzado a existir; o bien que ha habido un tiempo en el que ningún ser tenía conocimiento y en el que el ser eterno estaba privado de inteligencia, replico que, en ese caso, era imposible que haya existido jamás conocimiento. Pues es tan imposible que una cosa privada de conocimiento, y que obra a ciegas y sin ninguna percepción, produzca un ser inteligente, como que un triángulo tenga tres ángulos que valgan más de dos rectos.
(6) Así, pues, de la consideración de nosotros mismos, y de lo que hallamos infaliblemente en nuestra propia constitución, nuestra razón nos conduce al conocimiento de esta verdad cierta y evidente: que existe un Ser eterno, omnipotente y omnisciente, llámesele como se quiera, sea que se le llame Dios o de otro modo, pues eso no hace al caso. No hay nada más evidente. Y de esta idea debidamente considerada deduciremos fácilmente todos aquellos atributos que debemos reconocer en este Ser eterno...
(8) Puesto que toda criatura racional debe necesariamente reconocer que ha existido algo desde toda la eternidad, veamos qué debe ser.
(9) El hombre no conoce o concibe en este mundo más que dos clases de seres. Primeramente, los materiales; es decir, los que no sienten, ni tienen percepción o pensamiento; y, en segundo lugar, los sensibles, percipientes y pensantes, como nosotros mismos. Los llamaremos cogitativos y no cogitativos...

(10) Si es que tiene que existir un ser que sea eterno, veamos de cuál de estas dos clases debe ser. Resulta claro que necesariamente debe ser un ser cogitativo, pues es imposible concebir que la materia no cogitativa produzca un ser inteligente. Puesto que la materia por su propia fuerza no puede originar el movimiento, es preciso que ella tenga su movimiento desde toda la eternidad, o que el movimiento le haya sido impreso a la materia por algún otro ser más poderoso que ella, pues es evidente que la materia carece de poder para producir el movimiento en ella misma. Pero supongamos que el movimiento es eterno en la materia; a pesar de ello, la materia, por no ser cogitativa, y el movimiento, nunca podrían producir el pensamiento... De manera que si supusiéramos una nada eterna, o primera, la materia nunca empezaría a existir. Si supusiéramos la materia y el movimiento primeros, el pensamiento nunca empezaría a existir.

(11) Si, por lo tanto, es evidente que necesariamente debe existir algo desde la eternidad, es también evidente que ese algo debe ser necesariamente un ser cogitativo. Pues es imposible que la materia no cogitativa produzca un ser cogitativo, lo mismo que es imposible que la nada, o la negación de todo ser, produzca un ser positivo o materia.

CAPITULO XI: DEL CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE OTRAS COSAS

(1) El conocimiento de nuestra propia existencia lo tenemos por intuición, y la razón nos hace conocer claramente como se ha demostrado, la existencia de Dios. El conocimiento de la existencia de cualquier otra cosa lo tenemos mediante la sensación. . .
(2) Es el recibir ideas del exterior lo que nos hace conocer la existencia de otras cosas, y nos hace saber que existe algo exterior a nosotros que causa esta idea en nosotros, aunque quizá no sepamos cómo ocurre esto...
(3) La noticia que, a través de los sentidos, adquirimos de las cosas exteriores a nosotros, aunque no sea tan cierta como nuestro conocimiento intuitivo, o las deducciones que nuestra razón obtiene de las ideas claras y abstractas de nuestras mentes, sin embargo, merece el nombre de conocimiento. Si nos persuadimos de que nuestras fa4ultades nos informan bien sobre la existencia de los objetos que nos afectan, esta seguridad no puede considerarse una confianza mal fundada; nadie puede, de buena fe, ser tan escéptico como para dudar de la existencia de las cosas que ve y siente. Respecto a mí, Dios me ha dado convicción suficiente de la existencia de cosas independientes de mí, puesto que, actuando diferentemente, pueden producirme dolor y placer. Esto es cierto: la confianza de que nuestras facultades no nos engañan es la convicción mayor de que somos capaces respecto a la existencia de seres materiales…

CAPITULO XII: DEL AVANCE DE NUESTRO CONOCIMIENTO
(1) Ha sido una opinión común entre los hombres de letras que los axiomas constituían el fundamento de todo conocimiento, y que las ciencias estaban edificadas sobre ciertas praecognita, de las que el entendimiento toma su origen. Estas doctrinas establecidas como fundamento de toda ciencia, se llamaron principios, y se consideraron como el punto de partida en que debemos empezar nuestras investigaciones.
(4) Nada puede ser tan peligroso como los principios adoptados sin examen, especialmente si conciernen a la moralidad e influyen en la vida de los hombres...
(5) Si los que se consideran principios no son ciertos, sino que lo parecen por un asentimiento ciego por nuestra parte, entonces somos susceptibles de ser extraviados por ellos, y en lugar de ser guiados hacia la verdad seremos conducidos por tales principios hacia el error.
(6) Pero, puesto que el conocimiento de la certeza de los principios, la mismo que de las demás verdades, depende sólo de la percepción que tenemos de la concordancia o no concordancia de nuestras ideas, estoy seguro de que el camino para hacer avanzar nuestro conocimiento no es recibir y aceptar principios ciegamente y con una fe implícita...
(7) Debemos, si queremos proceder como la razón nos aconseja, adaptar nuestros métodos de investigación a la naturaleza de las ideas que examinamos, y a la verdad que buscamos. Las verdades generales y ciertas están sólo fundadas en las relaciones de las ideas abstractas. Una sabia y metódica aplicación de nuestros pensamientos para hallar estas relaciones, es el único modo de descubrir todo lo que se puede establecer con verdad y certeza sobre ellas en las proposiciones generales. Para aprender el método adecuado hemos de acudir a los matemáticos, quienes, desde evidentes y fáciles principios, gradualmente, y por una cadena de razonamientos, proceden al descubrimiento y a la demostración de verdades que, a primera vista, parecen exceder a la capacidad humana.
(9) En nuestra búsqueda del conocimiento de las sustancias, nuestra carencia de ideas que se adapten a tal modo de proceder nos obliga a un método completamente diferente. No avanzamos aquí como en el otro caso, contemplando nuestras ideas y considerando sus relaciones y correspondencias; esto nos ayuda muy poco, por las razones que he establecido en otro lugar Creo que es evidente que las sustancias no nos proveen de muchos conocimientos generales. Entonces, ¿cómo haremos avanzar nuestro conocimiento de los seres sustanciales? Obraremos inversamente en este caso; pues como no tenemos idea ninguna de sus esencias reales, estamos obligados a considerar las cosas mismas tal como existen. La experiencia debe enseñarnos lo que aquí no puede la razón. Solamente por la experiencia puedo saber con certeza qué otras cualidades coexisten con las de mi idea compleja; por ejemplo: si aquel cuerpo amarillo, pesado, fusible, que yo llamo oro, es maleable o no...
(10) Este modo de lograr y hacer progresar nuestro conocimiento respecto de las sustancias mediante experiencia e historia, que es todo lo que pueden obtener nuestras facultades en el estado de mediocridad en que se hallan en el mundo, me hace sospechar que la filosofía natural no puede convertirse en ciencia. Imagino que somos capaces de alcanzar un conocimiento general muy limitado de las especies de los cuerpos y de sus varias propiedades. Los experimentos y observaciones históricos que podemos tener, de los cuales podemos obtener ventajas de comodidad y salud, incrementan nuestra provisión de ventajas para la vida; pero más allá de esto temo que nuestro talento no sea capaz de avanzar.
(11) De todo esto es natural llegar a la conclusión de que, puesto que nuestras facultades no están adaptadas para penetrar en las esencias reales de los cuerpos, sin embargo nos descubren la existencia de Dios y nos dan un conocimiento de nosotros mismos suficiente para conducirnos a un total y claro descubrimiento de nuestros deberes y de nuestros intereses. . Por esto es fácil concluir que nuestra verdadera ocupación consiste en aquellas investigaciones y en aquella clase de conocimientos que son más adecuados a nuestra capacidad natural, y nos llevan hacia nuestros más grandes intereses; es decir, a la condición de nuestro estado eterno. De aquí creo que puedo concluir que la moral es la ciencia y el asunto apropiado de la humanidad en general...

CAPITULO XVII: DE LA RAZON
(1) La palabra razón tiene diferentes significados... Pero yo la considero aquí como aquella facultad humana por la que se distingue de las bestias y se eleva sobre ellas.
(2) Necesitamos la razón para aumentar nuestro conocimiento y regular nuestro asentimiento.
(3) Podemos considerar en la razón cuatro grados: el primero y más importante es el descubrimiento y hallazgo de nuevas verdades; el segundo, dejarlas dispuestas en un orden claro y adecuado para que su conexión y fuerza se perciba con evidencia y facilidad; el tercero, percibir su conexión; y el cuarto, hacer una conclusión recta.
(4) Existe algo más que deseo considerar sobre la razón, y es si el silogismo, como se piensa generalmente, es su instrumento apropiado y el modo más elevado de ejercitar esta facultad. Los motivos que poseo para dudar de ello son: que el silogismo sirve a nuestra razón sólo para mostrar la conexión de las pruebas en cualquier instancia y nada más; pero esto no es de gran utilidad, puesto que la mente puede percibir tal conexión donde realmente existe, tan fácilmente, o quizá mejor, que sin el silogismo.
Si observamos los actos de nuestra mente notaremos que razonamos mejor y con más claridad cuando observamos la conexión de las pruebas sin reducir nuestros pensamientos a ninguna regla o forma silogística. Hay muchos hombres que razonan clara y rectamente y que no saben ningún silogismo... ¿De qué uso son los silogismos? Se usan principalmente en las Escuelas, donde los hombres niegan sin ningún pudor la concordancia de ideas que manifiestamente concuerdan, o fuera de las Escuelas por aquellos que han aprendido sin pudor alguno a negar la conexión de ideas que, incluso a ellos mismos, es visible; pero, para un serio investigador de la verdad, que sólo intenta encontrarla, no hay necesidad de tal forma para hacerle admitir la inferencia; su verdad y razonabilidad se observa mejor en la ordenación de las ideas de un modo claro y sencillo; y de aquí que los hombres, en sus investigaciones acerca de la verdad, no usen nunca el silogismo para convencerse o enseñar a otros. Antes que utilizar las razones en un silogismo, deben ver la conexión que existe entre la idea intermediaria y las otras dos ideas, entre las que se coloca y a las que se aplica para mostrar su concordancia; y cuando observen esto, comprenderán si la inferencia es buena o no, y entonces el silogismo llegará demasiado tarde para establecerla.
(15) Aunque algunas veces poseemos un conocimiento claro, sin embargo la mayor parte de nuestras ideas son de tal naturaleza que no podemos discernir su concordancia o no concordancia por una comparación inmediata de ellas. En este caso tenemos necesidad de razonar, y debemos, mediante el discurso y la inferencia, hacer nuestros descubrimientos.
(16) Existen otras ideas cuya concordancia o no concordancia no puede ser juzgada de otro modo que por la intervención de otras que no poseen una concordancia cierta con los extremos, sino una concordancia verosímil: en estas ideas se ejercita propiamente el juicio...
(17) El conocimiento intuitivo es la percepción de una concordancia o no concordancia cierta de dos ideas que se comparan juntas inmediatamente. El conocimiento racional es la percepción de una concordancia o no concordancia cierta de dos ideas cualesquiera, por intervención de una o más ideas. Juicio es pensar o tomar dos ideas para que concuerden o no concuerden, por intervención de una o más ideas cuya concordancia o no concordancia cierta con ellas no la percibe, pero que la observa usual y frecuente...

NOTAS:
[1] La numeración de los libros, los capítulos y los párrafos corresponde al texto original inglés An essay concerning human understanding publicado en 1690.
[2] Es decir, observando lo que sucede en el tiempo (N. del Traductor)
[3] Se refiere a Descartes y su escuela para los que la existencia del alma consiste en su conciencia actual. (N. del T.)
[4] Si tener ideas y percibir es lo mismo (como dijo antes). En términos cartesianos percibir es lo mismo que pensar. Entonces, el “alma obtusa” de Locke hace algunas otras cosas que percibir, aunque no está claro a qué se refiere.
[5] Locke, volviendo a los supuestos aristotélicos concordantes con el sentido común, afirma implícitamente que para los cuerpos lo natural es el reposo y no el movimiento.
[6] Locke inaugura la crítica empirista al esencialismo, traduciendo las facultades en términos de operaciones. Cf. la crítica al operacionalismo en Marcuse, H.: El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985.
[7] D. Hume sostendrá las mismas tesis un siglo después.
[8] I. Kant sostendrá la tesis de la espontaneidad del entendimiento, negando que tenga un papel meramente pasivo.
[9] “This is so absolutely necessary, that without it there could be no knowledge, no reasoning, no imagination, no distinct thoughts at all”.
[10] Para Locke, como para Descartes, el conocimiento intuitivo no admite duda, aunque para este último sea una intuición intelectual y para el primero una intuición sensible.
[11] Aunque se instó a Locke para que ampliara esta idea sistematizando una moral demostrada, no llegó a hacerlo. (N. del T.)